El telar manual entrelaza el hilo para convertirlo en tejido. El funcionamiento consiste en cruzar los hilos longitudinales, llamados urdimbre, con los verticales, denominados trama, de modo que al pasar la urdimbre por encima y por debajo de la trama resulta el tejido. Se compone de un plegador de urdimbre, una pinta, dos o más lizos, una lanzadera que contiene el hilo de la trama y un plegador que recoge la tela. Estos telares permanecieron activos en el ámbito doméstico hasta el siglo XIX, a pesar de la llegada de la industrialización del textil a las orillas del Ter y del Freser. Las nuevas fábricas se dedicaron principalmente a la hilatura del algodón y se dotaron de una importante infraestructura hidráulica en forma de esclusas y canales y, en el caso de Ripoll, aprovecharon la que ya incluían las antiguas fraguas de hierro y las barrinas de agujerear cañones.
El cáñamo
Las casas de campo reservaban algún pequeño trozo de tierra y le dedicaban una consideración especial; esta parte singularmente bien cultivada era el cañamar. Pero las atenciones no acababan con el cultivo. Una vez arrancada la planta, se la sometía a una serie de procesos que recogían la experiencia de generaciones: se empapaba, se ponía a secar, se rompía, se hilaba y se tejía, utilizando herramientas como las rompedoras, las bregadoras, las espadadoras y la pinta. De todas las operaciones que se seguían también resultó un vocabulario tan específico como el de las herramientas, con palabras como cañamizas, espadar, brizna, borra, bregar, cerro, … En la época de los fundadores del museo la elaboración de ropa con cáñamo ya había caído en desuso. Formaba parte de un mundo obsoleto, de las tareas propias de un campesinado atávico que se encontraba en vías de desaparición. Y con éste también se acababan el cultivo del cáñamo, las herramientas para trabajarlo, las técnicas de manipulación y del vocabulario que se relacionaba con él. Todo un poso de conocimiento ancestral que conseguía transformar una planta en sábanas, colchas, toallas, camisas, calcetines, sacos y trapos.
La lana
La lana que se obtenía en esquilar las ovejas y que se utilizaba para tejer, pasaba por las manos de los paraires, que se encargaban de tratarla: la elegían, la escaldaban, la lavaban, la secaban, la peinaban y a menudo la hilaban. También hacían llegar el hilo a los tejedores, repasaban el tejido para eliminar las imperfecciones y, en muchos casos, lo comercializaban. Se trataba de un oficio complejo y con una poderosa organización gremial, compendio de conocimiento sobre la ganadería y el trabajo de la lana, que exigía también dotes de negociante y habilidad para establecer redes comerciales entre los propietarios de rebaños, los tejedores y el mercado que compraba el producto final, es decir, la ropa. La lana se hilaba tal como se obtenía de la tosa de las ovejas, sin rueca. La hilandera cogía una borra de lana con una mano y con la otra la iba estirando. Cuando el hilo era suficientemente largo, lo ovillaba en el huso y, cuando éste estaba lleno, sacaba la husada, que había quedado como una madeja. Juntaba dos o tres madejas, haciendo otro ovillo que volvía a pasar por el huso a la inversa para retorcerlo. Así quedaba definitivamente preparado el hilo, que debía servir para hacer tricotas o calcetines bien gruesos para el invierno.
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